viernes, 4 de junio de 2010

Las razas raíces

Cuando hablamos de “raza raíz” no nos referimos a la cantidad de estirpes distintas que en un determinado momento histórico pueblan el planeta al mismo tiempo. Es decir, no estamos hablando de la raza blanca, la negra, la roja o la amarilla, que son fruto de constante investigación por parte de distintas disciplinas (biología, sociología, antropología, etc.). De acuerdo con el pensar antropológico gnóstico consideraremos a la humanidad como un TODO habitando un planeta determinado en un momento equis. Para hacer este examen se debe tener en cuenta un segmento muy amplio, que va desde la aparición de la primera sociedad, la más primitiva (la protocivilización) hasta el momento en que decae la más grande de las urbes de un mundo que alcanzó su cúspide.

El tiempo que transcurre entre el fin de una raza raíz y el surgimiento de otra, es decir, entre la desaparición de los últimos rastros de una civilización y la aparición de las primeras impresiones de una nueva puede ser muy diferente entre un astro y otro (desde pocos siglos hasta varios milenios). Y como es lógico suponer, para que se pueda fundar una nueva raza raíz deben permanecer con vida algunos integrantes de una raza anterior. Los más evolucionados, los que mejor se adaptarán a los cambios impuestos por la maniobra de un universo en constante desarrollo. Si no ocurre así, la creación tendría que volver a comenzar su ciclo nuevamente, algo que hasta el momento no ha sucedido.

Es decir que los fundadores de nuevas razas raíces, indefectiblemente deben pertenecer a razas raíces anteriores, y es algo que se notará en los nuevos seres, pero que se irá perdiendo paulatinamente.

Nuestra raza raíz, por ejemplo, conserva aún muchas características que fueron propias de la anterior raza, la atlante, que fue muy adelantada tecnológicamente pero también muy materialista, muy individualista y con poca evolución espiritual. Algo muy fácil de comprobar si realizamos un análisis del común de nuestra población. Esta herencia nos legó varios errores (como ejemplo citaremos el capitalismo, el surgimiento de las grandes diferencias socioeconómicas de muchos pueblos del planeta) que quizá algún día causen nuestra extinción, como sucedió con las anteriores razas que ya habitaron este territorio.

Antes de introducirnos de lleno en el análisis de la evolución del hombre en la Tierra diremos que, –de acuerdo con la Antropología Gnóstica- cada Raza Raíz está formada por siete sub-razas, varias de las cuales pueden convivir al mismo tiempo en el globo. También mencionaremos que al tiempo de desarrollo en un planeta de siete razas raíces se conoce como Período Mundial; y que siete períodos mundiales completan una Ronda Kármica. Una ronda kármica completa es lo que precisa un ser para lograr su evolución, para desprenderse completamente de la ley de causa y efecto, es decir, para pasar a formar parte del cuerpo causal de Dios.

Pues bien, la primera raza raíz que conoció la Tierra fue la Protoplasmática o Pre-Adámica, en la Era Arcaica. Esta Época Primordial incluyó los períodos que los científicos conocen como Laurentiano, Cambriano y Siluriano y sabemos que fue muy rica en vida vegetal y animal. En los depósitos laurentianos se encontraron ejemplares de Eozoon canadiense (una concha dividida en celdillas), en los silurianos se encontraron hierbas marinas (algas), pólipos y algunos seres vivos que pueden considerarse antecesores a los peces. Por eso la ciencia admite que la vida en el fondo del mar estuvo presente desde siempre, y nos deja entreabierta una puerta a que la especulación humana divague en relación a la aparición del hombre en el planeta, porque nada nos dice de qué es lo que podía estar sucediendo fuera de las aguas.

La Filosofía Esotérica está de acuerdo con la ciencia en casi todas estas manifesta-ciones, a no ser por un punto: va a decir que los trescientos millones de años de vida vegetal precedieron a los “Hombres Divinos” –en palabras de Helena Blavatski- o “Progenitores”. Los llamados Devas, seres de luz que estaban en constante conexión con la energía divina. Poseían cuerpos translúcidos, mitad físicos y mitad etéreos, más volátiles que densos, muy sutiles. Eran andróginos, se cree que también inmortales, y se multiplicaban por división o brotación. Estos Progenitores vivían en una región llamada Thule (en muchos textos aparecerá como Continente de Thule y en otros se dirá que habitaron el Monte Neru) ubicada en lo que ahora ocupa el polo norte.

Los más antiguos textos arios e indos relatan que el actual continente ártico era hace muchísimos milenios un lugar de clima templado y exuberante naturaleza, donde se desarrolló esta civilización superior, con un admirable desarrollo trascendente, a la que se suele mencionar como “la patria de los seres venidos de las estrellas”. Se los denominó “ariyas” (de allí deriva la palabra ario) que significaría “noble”, “iluminado” o incluso “nacido dos veces”.

Thule estaba incomunicada con el resto del mundo porque el océano boreal la separaba, y por eso podían vivir en armonía. Jamás sus habitantes se enteraron si existía vida en otra región. No conocieron guerras ni invasiones. Pero sucedió lo imprevisto: una hecatombe planetaria y un agudo cambio climático que los obligó a migrar hacia tierras ubicadas más al sur del globo, y así reaparece esta civilización en el actual continente euroasiático fundando lo que se conoce como la civilización del Gobi (segunda raza raíz) que más tarde se extendió por Europa.

La gran cantidad de restos de flora y fauna encontradas en lo que hoy son islas congeladas e inhóspitas del continente ártico nos permiten aseverar la existencia de esta sociedad. Algunos ejemplos notorios dejaron boquiabiertos a los científicos, como los descubrimientos arqueológicos de la isla de Vrangelja, al norte de Siberia, o los yacimientos de carbón de la isla de Spitsberg (actual territorio de Noruega).

La segunda raza raíz, llamada también Semi-Vital, Hiperbórea o Adámica, apare-ce entonces, según algunos autores, a orillas del entonces Mar de Gobi (hoy desierto) en la Era Primaria. Incluye los períodos que la ciencia clasificó como Devoniano, Carbonífero y Permiano. Enormes bosques de helecho crecían junto a las primeras coníferas. Dirán los entendidos que los peces y los primeros reptiles eran los reyes absolutos del mundo. La Doctrina Esotérica sigue coincidiendo con la ciencia, pero agrega que la vida también se desarrollaba en otros planos y que estaba integrada por los descendientes la raza raíz inicial o protoplasmática, seres que poco a poco van perdiendo parte de su masa etérea y adquieren tacto y oído. Seguían siendo andróginos, pero se reproducen por exudación (a través de gotas de sudor), y eran dueños de lo que se conoce como conciencia búdhica. Sus primeras formas, casi etéreas, van adquiriendo poco a poco corporalidad. El lugar en que estos seres habitaban se extendía, según varios estudiosos, desde Groenlandia hasta Rusia, Suecia y Noruega, cuando ese territorio tenía un clima tropical muy apacible. Es el llamado continente hiperbóreo (en muchos libros se mencionará su residencia como Continente Plaksha). No obstante, como veremos más adelante, también en otros sitios estuvo presente este desarrollo, o sea que no fue privativo de esta región. América (por ese entonces unida al resto del mundo) fue un lugar clave del surgimiento de esta raza.

Los autores revisionistas de la doctrina de Umbanda (entre los que encontramos los integrantes de la Orden Iniciática del Cruceiro Divino de São Paulo, Brasil, liderada por el Mestre Yamunisiddha Arhapiagha) entenderán que el hecho de que estos seres fueran perdiendo su volatilidad y adquiriendo –poco a poco- masa corporal, tacto y oído, los ubica en un período que llamarán Adámico. ¿Por qué? La explicación, sin duda parte del sincretismo cristiano del mito de Adán y Eva que todos conocemos.