martes, 2 de marzo de 2010

La primera religión afrobrasileña


Esta religión el año 2008 cumplió su primer siglo de vida y aún hoy los especialistas siguen discutiendo cuando tienen que darle el lugar que le corresponde en nuestro continente.

En los albores de la era de Acuario, avanza a pasos agigantados ganando diariamente miles de adeptos como de opositores. Entre estos últimos encontramos a los desertores del culto, a quienes nunca simpatizaron con las prácticas espiritistas y a quienes se aproximaron buscando alguna solución a un problema de salud que la ciencia no curaba y tampoco lo alcanzaron a través de estos rituales.

Como un pequeño homenaje a estos primeros cien años de vida religiosa dedicamos este capítulo entero –aunque somos concientes de que las limitaciones de espacio nos obligan a ser sintéticos- para analizar el fenómeno social que produce la sola mención de su nombre...


Umbanda maravillosa

“Reflejó la luz divina
En todo su esplendor,
Viene del reino de Oxalá
Donde hay paz y amor.

Luz que refleja en la tierra,
Luz que refleja en el mar,
Luz que vino de Aruanda
Para todo iluminar.

Umbanda es paz y amor,
Un mundo lleno de luz.
Es fuerza que nos da vida
Y a la grandeza nos conduce.

Avanti, hijos de fe,
Como nuestra ley no hay!
Llevando al mundo entero la bandera de Oxalá...
Llevando al mundo entero la bandera de Oxalá...”

Entonando estas estrofas que conforman el legendario Himno de Umbanda, las muchas agrupaciones espiritualistas de nuestro país y el continente que creen en el espiritismo religioso con raíces afrobrasileñas inician sus ceremonias a las que llaman sesiones.

Poco se sabe acerca de este himno, la mayoría de los religiosos lo conocen y lo cantan pero ignoran cómo se transformó en la canción oficial del movimiento. Pero gracias a la cooperación de Luis Bahri, Eder Longas Garcia, Fernando (del Terreiro Pai Maneco), Manoel Lopes, Ciganinha, Pedro Miranda y Mariazinha de Omulu, destacados investigadores umbandistas, sabemos que fue compuesto en letra y música en la década de 1960 por un ciego que, buscando la solución para su discapacidad visual buscó la ayuda del Caboclo de las Siete Encrucijadas, pero que no pudiendo conseguir cura porque el suyo era un problema kármico, quedó igualmente extasiado con la filosofía de vida umbandista y compuso el Himno para demostrar que podía ver el mundo y esta religión con los ojos del alma.

Sólo se conocen las iniciales de su autor: J. M. Alves, y queda en la memoria de algunos ancianos su paso por las ceremonias con muchísima humildad. Pero como infelizmente ya falleció, los estudiosos no encontraron otros registros que permitan conocer más datos sobre su vida y sobre otras posibles composiciones suyas.

J. M. Alves presentó su creación al Caboclo de las Siete Encrucijadas –en trance en el médium Zélio de Moraes- y se cuenta que el institutor de este culto quedó muy emocionado con el gesto y resolvió entonces que ésa sería la canción oficial. Y en el Segundo Congreso de Umbanda, realizado en 1961 bajo la presidencia de Enrique Landi se decidió adoptarlo en todo Brasil como Himno Oficial de Umbanda.

Luego de esta referencia histórica, diremos que después de entonar el himno, todos vestidos de blanco y con los pies descalzos, habiendo recibido un baño lustral realizado con hierbas curativas, se procede a sahumar el recinto donde va a desarrollarse el trabajo espiritual para el que los participantes –en ronda o en línea- entonen cánticos especiales saludando la presencia del humo sagrado que produce la purificación.

Luego corean salmos de alabanza o “llamada” a los seres del más allá que son sus benefactores e integran alguna de las siete falanges en las que están divididas cada una de las siete líneas que componen el ritual.

Poco a poco, una fuerza desconocida va apoderándose de algunos de ellos, de los llamados “médiums” (personas dotadas de una capacidad especial, capaces de servir como instrumentos para la comunicación con el más allá), contorsiona sus cuerpos, transforma sus rostros y comportamientos, emite sonidos particulares al tiempo en que es vitoreada por los demás participantes, los defensores de la liturgia quienes servirán de “cambonos” (intérpretes de las palabras que a partir de ahora serán pronunciadas por los médiums y que se atribuyen a algún espíritu; casi siempre en portugués o sino en un castellano aportuguesado) y organizan la sesión.

Los cambonos serán de aquí en más los responsables materiales de todo lo que ocurra en la reunión y el ser que encarnó en un médium tendrá a su cargo la responsabilidad espiritual.

Con una u otra variante, dependiendo de la casa religiosa que oficie el culto, la sesión se inicia de esta manera. Pero, ¿cómo y cuándo comenzó todo? ¿Cuál fue el origen de este ritual?

Para contestar esta pregunta tenemos que remontarnos a inicios del siglo XX, ubicarnos en Neves, un tranquilo barrio ubicado en el cuarto distrito de São Gonçalo, en el estado de Río de Janeiro, Brasil, y nombrar a un joven de apenas diecisiete años: Zélio.

Vida de Zélio.

Zélio Fernandino de Moraes nació el 10 de Abril de 1892, en el distrito de Neves, municipio de São Gonçalo, en Río de Janeiro.

Hijo de Joaquim Fernandino Costa, oficial de la Marina, y de Leonor de Moraes, ama de casa.


(la fotografía muestra un joven Zélio a través de un afiche político, aunque muy pocos lo saben, intentó alguna vez hacer política).

En 1908, a los 17 años, Zélio había concluido el curso propedéutico (enseñanza media) y se preparaba a ingresar en la Escuela Naval para seguir los pasos de su padre, por quien sentía una gran admiración. Fue entonces cuando cosas extrañas comenzaron a sucederle.

En algunos momentos Zélio era visto hablando de manera muy pausada, se encorvaba y asumía la típica postura de un viejo; usaba un dialecto extraño, una especie de regionalismo diferente al de su zona y en ese lenguaje decía cosas aparentemente sin conexión.

En otras ocasiones semejaba un felino jovial y desembarazado, parecía conocer todos los misterios de la naturaleza. Esto llamó poderosamente la atención de su familia que, preocupada por la situación mental del muchacho, lo llevó al consultorio de su tío, Epaminondas de Moraes, médico psiquiatra y director del Hospital de Vargem Grande.

Luego de tenerlo varios días en observación y no encontrando sus síntomas en ninguna literatura médica, el médico sugirió a la familia que lo encaminasen a un sacerdote para que le practiquen un exorcismo pues desconfiaba que su sobrino estaba endemoniado.

Entonces fue llevado a la presencia de otro pariente, un cura católico que ofició el exorcismo para liberarlo de la posible presencia de un demonio y sanarlo de los ataques que a esta altura parecían epilépticos. Pero Zélio no mejoraba. Se le practicaron dos exorcismos más, en los que su tío necesitó ser acompañado por otros sacerdotes católicos, pero no resolvieron la situación y las manifestaciones continuaban.

Con el paso de los días Zélio adquirió una parálisis parcial, que los médicos no conseguían entender.

Una mañana de noviembre de ese lejano 1908 se levantó de la cama completamente curado y poseído por una fuerza extraña que no podía dominar a pesar de estar conciente de todo lo que hacía y decía.

Su familia, buscando una explicación para este fenómeno, lo conduce a la Fundación Espiritual Niteroi y participan de una sesión espiritista –la primera en la vida de Zélio- el 15 de noviembre de 1908.

Un clima de mucho misterio y la necesidad de imponer un enorme respeto por todo lo que allí se hacía eran la antesala de lo que sería el inicio de Umbanda, en aquel centro espiritista ortodoxo y fiel a la doctrina de Allan Kardec.

Los concurrentes eran acomodados en bancos y los médiums, presididos por José de Souza , se sentaban a una mesa central por la que –uno a uno- también desfilaban los consultantes que intentaban la comunicación con algún familiar o amigo recientemente fallecido.

Zélio fue invitado a integrar la mesa una vez que le establecieron cuáles serían las normas del trabajo: nadie podría por ningún motivo –sin la autorización del dirigente- abandonar su lugar, para no romper la corriente mediúmnica.

Fue entonces que se manifestó esa misma fuerza extraña que curó a Zélio de la parálisis y lo puso de pie contrariando las reglas. Argumentó que en aquel recinto faltaba una flor, y salió de la sala para volver unos minutos más tarde con una rosa en sus manos, la que depositó en el centro de la mesa.

Al unísono comenzaron los médiums del lugar a incorporar espíritus que se manifestaron como esclavos africanos e indios caboclos, cosa que no le gustó a de Souza, quien los consideraba muy atrasados en su evolución espiritual.

Al advertir el desagrado del dirigente espiritista, la entidad que había encarnado en Zélio se presentó como un caboclo llamado “7 Encruzilhadas” y anunció que iniciaría un ritual en el que esos espíritus juzgados de poca evolución podrían desarrollar curaciones y comunicarse con las personas.

En 1975, en un reportaje aparecido en el número 7 de la revista “Selecciones de Umbanda”, el propio Zélio –rememorando esos días- comenta: “Yo mismo no sabía explicar lo que pasaba conmigo. Me sorprendía haber dialogado con aquellos señores de cabeza blanca, alrededor de una mesa, donde se practicaba un trabajo para mí desconocido. ¿Cómo podría a los diecisiete años iniciar un culto? Sin embargo, yo mismo hablaba, sin saber lo que decía y por qué lo decía. Era una sensación extraña, una fuerza superior que me impelía a hacer y decidir lo que ni siquiera pasaba por mi pensamiento”.

La primera sesión de Umbanda.



Lo cierto es que el Caboclo de las Siete Encrucijadas organizó el culto en la casa de la familia Moraes –que por entonces estaba ubicada en la calle Floriano Peixoto Nº 30 (fotografía superior)- entre parientes, vecinos, amigos y miles de espiritistas venidos de todos lados. ¿Convocados por quién? Si nadie los había invitado. ¿Nadie? Ellos decían haber recibido el mensaje de un caboclo que apareció en sus meditaciones y los citó en ese lugar y a esa hora puntualmente. Todos los relatos coincidían.

Entonces, a la hora convenida se manifestó el espíritu y dictó las bases del culto. Luego respondió en latín y alemán las preguntas de varios incrédulos que también se hicieron presente, y al finalizar la jornada realizó verdaderos milagros. Recuerdan los memoriosos que esa noche sanó varios enfermos, entre los que se encontraba un paralítico de nacimiento que volvió a su casa caminando.

Casi al finalizar la sesión, se manifestó el primer preto-velho de la cultura umbandista. Era el Pai Antonio, que venía a terminar el trabajo del caboclo.

Este anciano negro no quería sentarse junto a los presentes. En su lenguaje pausado y sencillo decía: "Negro no se sienta, no mi señor... negro se queda aquí mismo. Eso es cosa de señor blanco y negro debe respetar. No se deben preocupar, no. Negro se sienta en un tronco que es lugar de negro".

Interrogado por un asistente a la reunión, comenta que una de las pocas cosas que extrañaba de su última encarnación era "mi cachimba, negro, que es el pito que deje en el toco. Manda muleque a buscarlo".

Todos quedaron perplejos, estaban ante la solicitud del primer elemento ritualístico de Umbanda. También este preto velho fue la primera entidad en pedir un guía hecho con cuentas naturales, idéntico al que hasta hoy utiliza la Tienda Nuestra Señora de la Piedad y que, afectuosamente todos llaman "la Guía del Pai Antonio".

El templo espiritual fundado en esa ocasión se llamó “Tienda de Umbanda Nuestra Señora de la Piedad” (ver fotografía de una de las pocas sesiones de "Mesa Blanca Umbandista registradas, la fotografía data de 1950 en dicha tienda) y fue el primero de los siete pilares de la religión que iban abriéndose a medida que el culto ganaba espacio. Le siguieron las tiendas “del Señor del Bon fim”, “de Santa Bárbara”, “de Cosme y Damián”, “de Nuestra Señora de la Concepción”, “de San Sebastián”, “de San Jorge” y “de San Jerónimo” que comenzaron a abrirse en 1918 y estaban todas establecidas en 1935.



A partir de entonces el Caboclo de las Siete Encrucijadas trabajó incansablemente por la difusión de Umbanda. En 1913 comenzó a manifestarse el orishá Malé, quien tenía mucha experiencia en el "desarme" de trabajos de magia negra.

En 1939, el caboclo de las Siete Encrucijadas funda una federación (União Espírita de Umbanda do Brasil) y a partir de allí el movimiento fue imparable.

Infinidad de libros se escribieron sobre el tema, incluso se fundó el “Periódico de Umbanda”. Años más tarde se crea el C.O.N.D.U. (Consejo Nacional Deliberativo de Umbanda). Todos estos datos nos dan la pauta de lo bien organizada que está esta religión en Brasil.

Zélio no pudo seguir la carrera militar que tanto quería –tuvo que abocarse de lleno a su misión mediúmnica- y tampoco hizo de la vida religiosa una profesión. Trabajaba para dar de comer a su familia y sacaba de su bolsillo el dinero para mantener los templos que el Caboclo fundaba. Por si esto fuera poco, alimentaba a todas las personas que hospedó en su casa para los tratamientos espirituales. Transformó su residencia en un albergue. Y por orden de su caboclo jamás aceptó ayuda financiera de nadie.

Mientras Zélio vivía fueron fundadas más de diez mil tiendas de Umbanda. Todos querían participar del ritual establecido por el Caboclo de las Siete Encrucijadas porque era muy sencillo, estaba amenizado con cánticos armónicos, tanto ricos como pobres se uniformaban vestidos de blanco y no se necesitaba el sacrificio de animales.

Con el correr de los años, el Caboclo de las Siete Encrucijadas permitió el uso de tambores y palmas, pero no admitió sombreros, espadas, turbantes, vestimentas coloridas ni joyas. La Tienda Nuestra Señora de la Piedad, fiel a la tradición, sigue sin utilizar atabaques en sus rituales.

Zélio pasó cincuenta y cinco años al frente del primer templo de Umbanda y luego entregó la dirección de ese centro a sus hijas Zélia (ya desencarnada) y Zilméa Moraes da Cunha, quien con noventa y tres años continúa con la misión encomendada por su padre.



Y luego se retiró con su esposa Maria Izabel –médium del Caboclo Roxo- a trabajar en la Cabana de Pai Antônio, (ver fotografía superior, Zélio ya anciano incorporado con el Pai Antonio) que estaba en Boca do Mato, en el distrito de Cachoeiras de Macaçu, en Río de Janeiro. (Fotografía de más abajo). Allí –fiel a su estilo- estaba casi todo el día atendiendo pacientes.

Pero éstos eran especiales, porque tenían enfermedades psíquicas consideradas incurables por la medicina de la época. La inmensa mayoría de ellos eran médiums de altísimo desarrollo espiritual que, luego de ser atendidos por el Caboclo de las Siete Encrucijadas, ya no necesitaban retornar a las clínicas y se quedaban trabajando en la Cabaña.

Después de darle a Umbanda los mejores sesenta y seis años de su vida, Zélio nos dejó físicamente, sabiendo que su misión estaba cumplida. Pudo por fin conocer la Aruanda de la que tanto hablaba su guía espiritual, un lejano 3 de octubre de 1975, a los ochenta y tres años de vida.